
El Sentido que toma mi viaje viene de una necesidad de PARAR para caminar de forma distinta, más ligera, más abierta, más flexible, más presente, más adentro que afuera, dejándome llevar por lo que cada experiencia va generando en el tejido de mi alma en cada instante.
Así que hice un alto en el camino, un alto con tiempo y espacio suficiente para viajar con el propósito de aprender a estar conmigo misma. El tiempo que esto tome.
Por primera vez en mi vida, no exigir, no correr, no controlar, no esperar, solo fluir. En el camino ya no hay excusas para NO mirar adentro, hay demasiado tiempo y silencio, demasiada perspectiva para admirar afuera, pero sin distraerme del objetivo central, observar y observarme en medio del cambio constante.
PARAR significa abrir ESPACIO en mente y espíritu para que todo se reacomode y tome su lugar. La diferencia es que sacando este tiempo puedo elegir como reacomodar cada pensamiento, idea, emoción, experiencia o sentimiento que me envuelve en cada instante y que, por primera vez, me permiten vivir en un eterno presente.
Cuando PARAMOS, nos tomamos un respiro y podemos observar desde otro lugar lo que nos rodea. Si no hay tiempo de para PARAR no nos damos cuenta de lo mucho que nos hace falta retomar el aliento, el silencio y la perspectiva para seguir andando con otros y con nosotros mismos. Muchas veces PARAMOS cuando llegamos a un estado de saturación que ya no nos permite andar como quisiéramos, lo que nos lleva a buscar soluciones inmediatas a modo de pastilla para satisfacer nuestras necesidades profundas y es entonces cuando usamos los viajes como excusa para escapar de lo que ya no nos gusta. Llevamos de viaje la duda, la incomodidad o la insatisfacción profunda sobre nuestras pequeñas vidas y empezamos a cambiar de perspectiva relativizando esa misma duda, incomodidad o insatisfacción. Sin embargo solo haciéndola consciente y presente se podrá ir disolviendo en cada paso. Dejarla de lado y pretender que desaparezca sola es una falacia.
Así que un día me di cuenta que, aunque estaba muy cómoda con mi vida me faltaba un equilibrio interno que las condiciones cotidianas y mis propias historias no me permitían tener, pues en el día a día dejaba poco espacio para mí misma, haciendo de mi vida una vida dedicada a los demás. Decidí entonces tomarme el tiempo, un año entero para permitirme, por primera vez en mi vida, HACER LO QUE REALMENTE TENGO GANAS DE HACER: viajar, meditar, hacer yoga, bailar, aprender a cocinar y dar masajes, escribir, leer, crear y explorar nuevos proyectos para trabajar con otros. Y, en lo profundo, aprender a estar en silencio conmigo misma, aprender a viajar y cuidarme en una dinámica de cambio constante, aprender a satisfacerme con lo que hay, a explorar mi capacidad de adaptación, supervivencia y flexibilidad, aventurarme a estar y convivir cada día con la diferencia, hablar en otros idiomas, aprender de cada experiencia y de cada relación que surja en el camino. Aprender a compartir y a arriesgar más.
De esta forma ,AL PARAR, me he podido centrar más en lo pequeños detalles: en las sonrisas como nueva forma de comunicación, en los niños que juegan en la calle y en su capacidad de sorpresa y admiración antes esta blancura que llega con un cargamento llamado mochila a la espalda, en la sensación que genera el viento en la cima de la Montana dando refresco e impulso a mi camino, en la sombra del árbol que se posa ante mí para darme aliento y ánimo para seguir, en la mariposa que pasa al lado desfilando coqueta su atuendo colorido, en los mensajes que llegan con cada silencio, en los sueños que se revelan cada noche.
Una vez ordenado el sistema familiar en el que habito, me propuse realizar un peregrinaje por todos los lugares, fuera de Colombia, en los que he vivido hasta ahora y que me acogieron durante 11 años: España, Francia e Irlanda, por ser parte de mi historia familiar y de una nueva fuerza de lugar que quisiera integrar a mi vida. Por el camino voy agradeciendo a la fuerza de cada territorio por haberme nutrido y sostenido en las diferentes etapas de mi vida.
Eligí ASIA como el gran continente a explorar por un largo tiempo, pues desde siempre me he sentido atraída por un modelo de sociedad basado en la espiritualidad como soporte cultural y social. El camino empezó con la exploración, de forma panorámica pero sentida, de diferentes países: Tailandia, Myanmar, Laos y Vietnam, a veces, sin el tiempo suficiente para entender mejor la cultura en sus múltiples formas. Consideré necesario dar primero un vistazo general al continente para luego adentrarme en la India como un espacio de reencuentro profundo con mi propia alma.
Sin embargo, he de decir, que el sentido, la forma y la dirección que tome el viaje se construye cada día y que es justamente esta posibilidad de flexibilidad y libertad lo que me incita a seguir viajando sin tiempo y sin lugar particular, solo seguir lo que el flujo del camino va entregando
Myanmar, 15 de febrero 2017